Los invito a descubrir un rincón del Perú donde el tiempo se fermenta en barricas y el aire huele a historia: Santa Cruz de Flores, también conocida como la Capital del Vino. Basta cruzar sus límites para que el viajero sienta el perfume cálido y dulzón que emana de los viñedos más soleados del valle de Mala. Aquí, el vino no es solo bebida: es herencia, es oficio, es identidad.
Este distrito, ubicado en la provincia de Cañete, fue elevado a tal categoría el 21 de diciembre de 1922 por la Ley N.º 4611. Su nombre honra a la Santísima Cruz, patrona del pueblo, y a las flores que los frailes franciscanos vieron brotar en sus fértiles tierras. Hoy, con una extensión de 100.06 km², Santa Cruz de Flores se compone de 16 centros poblados, entre ellos Azpitia, Bellavista, San José y Nuevo San Andrés.
En esta tierra generosa, 21 vitivinícolas se agrupan en una asociación que da vida a la economía local. Pero el título de Capital del Vino no se debe solo a la cantidad de bodegas: casi cada familia produce vino en pequeña escala, como si el saber ancestral se transmitiera por las venas del pueblo. Por eso, recorrer todas las bodegas puede tomar más de un día… o toda una vida si se quiere saborear cada historia.
Y si uno se pregunta cómo nace este vino, basta con observar el ritual que se repite cada año:
Primero, el cultivo paciente de los viñedos, que durante doce meses se preparan para dar sus frutos más dulces.
Luego, la “paña” o vendimia, donde los racimos se asolean, se desgranan y se seleccionan con esmero.
Los granos se colocan en el lagar, una especie de piscina donde se chancan, a veces con botas de jebe, otras con máquinas que alivian la piel del productor.
El jugo, mezclado con las cáscaras, se guarda en recipientes durante varios días. Solo después se separa el líquido de la piel.
El proceso de trasiego —el cambio de envase— varía entre 6 y 15 días, según la tradición de cada productor.
Así, cada vino de Santa Cruz de Flores tiene un sabor único, como si cada botella contuviera la voz de quien la hizo.
Pero este distrito no es solo vino. Es también paisaje, cultura y misterio. En Azpitia, llamado el “Balcón del Cielo”, los miradores ofrecen vistas majestuosas del valle de Mala. En sus tierras se encuentran los Restos Incaicos de La Olleria, vestigios de un pasado que aún respira. Y en sus fiestas, el pueblo se transforma en un canto colectivo, donde la música, la danza y el vino se entrelazan como ramas de parra.
Santa Cruz de Flores no es solo un destino. Es un poema que se bebe. Una tierra que se recuerda. Una comunidad que fermenta su historia en cada copa.

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